Se caracterizaba por el toque rápido, la precisión en los remates y un cabezazo certero.
16/02/1956
Carlos Aragonés Espinoza llegó a Bolívar en la década del 70, en una época en que su puesto —volante de creación— estaba copado por excelentes jugadores como Ovidio Messa y Edgar Góngora, entre los más talentosos con quienes alternó. El yacuibeño fue un jugador moderno para su época, porque combinó habilidad y efectividad ante la portería.
Rápidamente el volante se ganó la titularidad en el Bolívar de los mediados del 70 y su calidad futbolística trascendió hasta mostrarse en la Selección.
Se caracterizaba por el toque rápido, la precisión en los remates y un cabezazo certero. Vistió la casaca celeste después de jugar en Juventud Antoniana, de Salta. Siempre se caracterizó por ser un jugador serio, además de inteligente dentro y fuera de la cancha.
"Un equipo que recuerdo fué el que conformaban Tamaya, Jimenez, Reynaldo y Aguilar, al medio Borja, Gallo y mi persona". "Bolivar fué un paso trascendental en mi vida. Me dio la posibilidad de consagrarme en el futbol, maduré humanamente. Era la primera vez que salía de casa y encontre una acogida familiar positiva".
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“Nunca me gustó hablar de mis características, puede tomarse mal, pero Guido Loayza (ex presidente de la FBF y hoy titular de Bolívar) describe un Aragonés de área a área, con cualidades para defender y atacar, y para armar jugadas”. La Academia, según Aragonés, era el mejor camino para regresar al país, jugar en un club grande y saltar a la selección.
No olvida que vino desde la Argentina junto con Waldino Palacios, y recuerda a uno de los más grandes equipos que le tocó integrar: Conrado Jiménez, Luis Gregorio Gallo, Palacios, Ricardo Troncone, Pablo Baldivieso; Eduardo Angulo, Chichi Romero; Tamayá Jiménez, Jesús Reynaldo y Miguel Aguilar.
“Bolívar fue un gran equipo desde antes porque contaba con Mario Mercado, quien tenía un ojo clínico para contratar a los jugadores, y además la política del club era la de fichar a los mejores del país y traer a los mejores del extranjero”.
Vivía partido a partido, pero más cuando le tocaba jugar un clásico: “Se lo vivía con una semana de anticipación y hasta los jugadores de uno y otro club antes no nos saludamos, por la efervescencia que se tenía. Nos tocó ganar y alguna vez perder, pero esos clásicos paceños eran cosa aparte”.
Su gran salto dentro su carrera futbolística fue al fútbol brasileño, donde fue contratado por el Palmeiras, uno de los clubes más importantes del gigante sudamericano. También actuó en el Curitiba paranaense y cerró su ciclo de clubes con Destroyers, en el país, antes de que una lesión terminara con su carrera dentro los campos de juego.
Con la selección nacional fue ídolo. Una de sus mejores actuaciones fue la de 1977, cuando Bolivia eliminó a Uruguay y Venezuela en las eliminatorias de cara al Mundial de Argentina 1978, aunque después vino la debacle: la verde jugó una liguilla contra Brasil y Perú en la ciudad colombiana de Cali, Colombia, y terminó goleada; y en un repechaje se le fue su última posibilidad de llegar al Mundial de Argentina, al caer contra Hungría.
“Aquella vez faltó alguien que nos hiciera pisar tierra”.
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